Mi vieja olivera

 


En los años cincuenta del siglo pasado, la mayoría de los cortijos no tenían agua corriente ni electricidad. El agua para beber y lavarse se sacaba de un pozo, o se traía desde una acequia o manantial próximos en unas cántaras que se vertían en jofainas situadas en los dormitorios. La luz se obtenía de unas lámparas de carburo, que nunca supe cómo funcionaban. Y por supuesto, no había cuartos de baño ni retretes (¿por qué habrá desaparecido esta hermosa palabra en favor de la horrísona “wáter”?), solo una tabla con un agujero sobre el que sentarse y apretar. 

Cuando era un niño pasé algunos veranos con mi abuelo. Vivía en un cortijo alejado, solitario, inolvidable. Eran veranos mágicos llenos de historias de lobos, de lunas en todas sus fases, de ruidos nocturnos de lechuzas, búhos y duendecillos, misterio. Para hacer mis necesidades, no solía utilizar el agujero misterioso. Busqué por los alrededores y acabé encontrando una olivera (así llaman a los olivos en la tierra de mi abuelo) perfecta, por su ubicación (lejos del cortijo, semioculta) y por su configuración: una rama horizontal a media altura, con dos especies de apoyabrazos a ambos lados, convertían en un verdadero placer realizar la acción más natural del hombre. Me subía al árbol (pantaloncillos bajados previamente), y me sentaba sobre la rama, de modo que mis piernas adolescentes colgaban por un lado y mis partes nobles por el otro. Mientras duraba el acontecimiento, mis brazos reposaban en la rama y mis manos podían sujetar, o no, el último DDT o Pulgarcito. Al terminar, unas piedras o unas hojas de la parra y el agua fresca de la acequia cumplían su misión higiénica mejor que los papeles perfumados y los bidets actuales. 

Hoy he encontrado mi vieja olivera. Sigue igual que hace sesenta años, parece una olivera de diseño esperando que alguien se espatarre en su rama, culo al aire. Y he estado a punto de hacerlo yo, rememorando viejas hazañas, pero cuando ya estaba desabrochándome el cinto... he pensado que mis ruillas ya no son las de antaño para trepar ágilmente, que ya no tengo equilibrio, y que, de subirme, igual me caía, y me hacía carbonato o me quedaba esfaratao sobre los terrones del bancal. Que no está uno ya pa esos trotes... Eso sí, al marcharme he comprobado con orgullo que el espino negro que hay debajo de mi vieja rama de olivera está más crecido que los de los alrededores. 

(Foto: mi vieja olivera)

Comentarios

  1. Preciosa y mágica historia Diego querido
    Y risueña también.
    Es que ese final con tus ganas de intentar rememorar tu antiguo baño...¡jaja!
    Que lo cuentas de una manera que es muy ingeniosa y me has hecho reír.
    Me rio contigo , claro, que no de ti pues...
    ¿Quién podría a estos años nuestros trepar cual gacela , llegar a la rama y dejar el culo al aire pa que el intestino haga lo que tiene ganas de hacer?
    ¡jajaja!
    Abrazo amigo mío

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lu, lo mejor de la historia es que el olivo sigue vivo. Y esperando quizás que un zagal trepe a su rama, culo al aire, y repite las hazañas del abuelo. Abrazote de aquí pallá.

      Eliminar
  2. Cómo no, el espino ha sido debidamente abonado con cariño.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Y ahí sigue, Cabrónidas, esperando que le llueva un nuevo maná revitalizador.

      Eliminar
    2. Ana María11/25/2021

      Qué bonitos recuerdos, Diego, y qué alegría poder encontrar esa olivera en pie :)

      Un abrazo fuerte

      Eliminar
    3. Ana, mal asunto cuando uno empieza a vivir de recuerdos...
      Un beso.

      Eliminar
  3. Que deliciosa historia, Diego, a pesar de su parte escatológica, pero tan natural como nos recordaba aquel versillo, puede que de la misma quinta que tu retrete titiritero...
    "En este mundo cagón, caga el Obispo y el Papa, y en este mundo cagón sin cagar nadie se escapa"

    Lo que es cierto, Diego, es lo poco que necesitábamos antes para que nuestro tiempo de asueto fuera mágico e inolvidable.

    No soy dada a las nostalgias, pero sí añoro mis piernas ágiles y trepadoras con unas rodillas siempre magulladas por mi gusto, según los mayores" de hacer la cabra loca.

    Abrazo grande, Diego, a ver cómo se nos da este año.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario