Asíntota

Él sube ―trepa― por su curva aumentando su ordenada pasional, cada vez más próximo al eje vertical por el que ella se mueve, asintótica. Ella también se eleva, coqueta, ya están enfrentados, sonreídos, parece inevitable el beso, la conversión de verticalidades en horizontalidades, la desaparición de la norma. Pero sólamente si ella lo intentase extendiendo una mano, un brazo, los dos, sus labios, algo. No ocurre, la asíntota dicta su ley inflexible, cruel, indiferente a sentimientos y deseos, y ella obedece, negando con su cabeza en un ahora no que él sabe que es un mañana tampoco. La asíntota no quiere coincidencias, ni amores, ni transgresiones, ni excepcionalidades, y así le va. Lo perfecto es insoportable. 

Él se desliza ya por su curva errática, se aleja de la asíntota impenetrable, empequeñece su ordenada, se disipa, se convierte de nuevo en una equis y una y griega anónimas, cualesquiera, x e y.