El cuadrado

Era un cuadrado en su mundo bidimensional, una sucesión sin gracia de coordenadas x e y. Se aburría, siempre tan igual a sí mismo. Un día pensó: «¿qué ocurrirá si aproximo dos de mis vértices opuestos?». Lo hizo y vio sorprendido que se convertía en un rombo. Sonrió (la aventura). Luego se extendió y volvió a su figura primitiva. Repitió y repitió, latía como un corazón de dos dimensiones, como un acordeón plano, compresión, extensión, compresión, extensión, cuadrado, rombo, cuadrado… hasta que empezó a elevarse, alejándose de su aburrido mundo. «¡La zeta!», gritaba entusiasmado a los pájaros, los insectos, los murciélagos y los vientos que cruzaba en su camino. Ascendía más y más, replegando y extendiendo sus esquinas, como una mariposa cósmica, cada vez más pequeño, hasta que se detuvo en el firmamento, muy cerca de Algol. Y allí lo puedes ver (solo si miras con ojos descontaminados) como un farolico que se enciende y se apaga. 

«É la estella del potal de belén» me dijo Adrián cuando le inventé este cuento. Y siguió jugando con el trenecito de madera que le había dejado el Abi Noel. Yo miré por la ventana. Ahí seguía mi cuadrado rebelde, cucándome un ojo como lo hace cada noche desde hace mucho tiempo. 

(Foto: distorsión "photoshópica" del dúo estelar Mizar-Alcor).