La moto vacía

La veo cada día en mis ires y venires ―sin sentido ni destino― a lo largo y largo de mi terraza. Está aparcada donde él la dejó con mimo hace ya más de un mes. Me mira cada vez que paso a su lado, me conoce. Sé que lo añora, que lo necesita, que se pregunta los porqués de su larga ausencia, cuando fue él quien la eligió entre tantos juguetes de la estantería. Yo le contestaría, pero solo conoce el idioma de los niños. Echa de menos su mirada de ilusión cada día que la ve, sus manos regordetas agarradas a su manillar, el ruido brmmm del arranque de su imaginario motor de plástico, el impulso de sus piernecillas inquietas por la acera hoy vacía. Piensa que ha sido abandonada, que ya no la quiere, que quizás otros juguetes la han sustituido. Le digo que no, que volverá, que pregunta por ella, pero no me entiende. Y su pequeña alma de plástico y pegatina, entristecida, se va apagando día a día.