Las 19 pandemias

Moverse por este bendito país en tiempos de pandemia es como nadar en una laguna repleta de juncos, aneas y bardomeras. Cada Comunidad y Ciudad Autónoma tiene sus normas, sus reglas, sus horarios para prohibir o permitir, sus calles de terrazas abiertas o cerradas según sean pares o impares, sus fronteras interprovinciales cerradas, abiertas o morcillonas según vayas de acá pallá o de allá pacá. Coger el coche es un suplicio, nunca sabe uno si un barrio es in o out, si a las ocho de la tarde puede estar uno en la barra del Treintaitrés trasegando jarrotes de cerveza o tiene que estar metido en la cama, no sabe si puede pasar de Albacete a Murcia sin oír la sirena de un PGC que te obliga a parar y al agente multador acercarse papela en mano, está usted denunciado, sépalo. Tal confusión y apelotonamiento de órdenes, desórdenes, contraórdenes, síes y noes hace difícil ponerse al volante sin que le entre a uno un enorme complejo de furtivo, de pecador, de revolucionario, de inútil, de insolidario. Y al final, todo pa ná, los índices andan desmadrados, te muevas, te pares o camines haciendo el pino. Ya llevamos no sé cuántos centenares de no sé qué por cada no sé cuántos habitantes, y subiendo. 

Menos mal que muchos de nuestros alcaldes y consejeros autonómicos se han colocado los primeros en la lista para las vacunaciones, pronto serán inmunes y resolverán, con su diligencia y habitual ausencia de intereses partidistas, todos nuestros problemas de movilidad, circulen, circulen.