Mil cocinas vitrocerámicas
Por fin he llegado a la cumbre… Abro la mochila, saco el bocata de tortilla, la botellita de agua, me siento sobre una roca y, entre bocado y bocado, abonico, miro el horizonte.
Frente a mí, allá a lo lejos, el cabezo del Gavilán. A mi alrededor, tomillo, aliaga, coscoja, sabina, esparto, piedra, cielo… silencio. Delante veo mis zapatillas, compañeras de tantas caminatas felices por estos calares, qué calcetines más feos me he puesto esta mañana.
Estoy solo. Pero el olor a resina y el alegre traqueo de una curruca carrasqueña me han traído tu recuerdo y tu imagen, intuida en esa nube que se desliza indiferente. ¡Tantas veces hemos llegado juntos a tantas cumbres…! Hasta aquella fría mañana subiendo a un ibón del pirineo por una trocha empinada, cuando oí tu voz detrás de mí gritándome imperiosa, entre resuellos, ¡¡dame las llaves del coche!! Te las di, y bajaste enfurruñada en busca del viejo errecinco, aparcado mil metros más abajo, al calor de su cómodo asiento, de la calefacción y de los cuarenta principales. El tabaco venció finalmente la batalla.
Ese fue el último día que me acompañaste a la montaña, ahora prefieres recorrer los senderos más llanos que conducen a los ikeas y a los chinos. Y yo me he habituado a trepar sin ti, me gusta mi soledad. Pero hoy, no sé cómo —quizás enlazados al viento fresco que empapa mi rostro aquí arriba— me han llegado el dibujo de tu sonrisa, la alegría de tu voz y el olor de tu piel entre matas y riscos olvidados. Hoy he deseado que ese mismo viento te trajese a mi vera, sueño inútil. Andar perdido contigo por el monte siempre fue un placer. Te lo digo ahora que no me oyes.
Despertaré de este sueño en un par de horas, cuando, a medida que me acerque a la civilización, mis oídos vayan llenándose poco a poco de ruidos de motores y voces humanas, y mi olfato de aromas a refrito salidos de mil cocinas vitrocerámicas.
(Foto: en lo alto del Calar, frente a los Siete Peñones)
Amigo Diego
ResponderEliminar¡Sentido relato si los hay!
Y muy descriptivo, por cierto.
Si hasta me parece sentir esos aromas que tan bien describes y descubrir los sonidos de ese silencio.
Claro...elijo quedarme en esos párrafos y no en el último.
Lo que menos quiero es sentir esa mezcla de ruidos, esos olores tan poco silvestres.
Abrazo va hasta tu lugar en el mundo.
Lu, la Vida está fuera de las ciudades. Al menos así pienso yo, silvestre donde los haya (y un poco cínico, sin las ciudades y su apelotonamiento no podríamos vivir :)
EliminarAbrazo.
Diego ¡qué preciosidad!
ResponderEliminarSeguro que ella también disfrutó y fue muy feliz subiendo y pateando contigo a tantos montes :)
Un abrazo fuerte
Hola Ana! Pues sí que disfrutó, y mucho. Tú también eres un poco silvestre ¿no? :)
EliminarAbrazote.
¡Qué maravilla, Diego!
ResponderEliminarHas descrito de manera brillante, ese mundo de sensaciones que acompañan a los recuerdos vividos en hermosa compañía.
Por unos instantes, mientras te leía, he podido ver con mis propios ojos la maravillosa naturaleza que tan bien describes.
Gracias.
Maripaz, a mí es que la montaña "me pone" :) Como a ti tus paseos urbanos máquina de fotos y comentarios en ristre.
EliminarUn beso.
La montaña hoy dejó entrever además de tus zapatillas trepadoras al romántico asilvestrado que llevas dentro, Diego. Un texto evocador con mucho encanto.
ResponderEliminarUn abrazo,
Sí, Tesa. Soy medio cabra medio conejo :)
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar¿No decías que soy homosexual, Mucha amada?
Eliminar