Los sicarios

Tengo una amiga que ha sido atacada, de forma machista, injusta y cruel, por un articulista de un diario regional de ínfima categoría, por el mero hecho de ser más inteligente y culta que dicho articulista. Y además, mujer. Indignado por el contenido del artículo —preñado de faltas de ortografía, que mordían aquí y allá—, contesté públicamente al autor o autores de semejante libelo, defendiendo contundentemente la honestidad, honorabilidad y buen hacer de mi mancillada amiga. 

La respuesta que recibí del autor del libelo y sus mamporreros fue inmediata: en una carta personal irreproducible —llena también de errores ortográficos— me dijeron que sabían dónde vivía y me amenazaron con mandarme a dos sicarios que me iban a someter a no sé qué agresiones y torturas a modo de lección por entrometerme en asuntos que no me incumbían. 

Y yo, como soy respetuoso con las visitas anunciadas, aquí estoy en mi casa esperando que llamen al timbre y aparezcan los dos interfectos, puño americano, daga y látigo en mano para hacerme un lifting no solicitado. Hasta he comprado una botella de cava catalán —brut, siempre— y unas pastitas para recibirlos “comme il faut” después de tan largo viaje, que uno es muy mirado para estas cosas y se ha educado en un colegio de pago. 

Pero no acaban de llegar, vayapordiós, y yo no puedo esperar mucho más. Soy por naturaleza culinquieto y viajero, pronto partiré con otros rumbos. Calma, no se alteren mis amigos sicarios si no me hallan en mi domicilio cuando lleguen: dejo la puerta abierta, pasen adentro, depositen sus instrumentos de tortura encima del aparador, abran la nevera, saquen y descorchen el cava (cuidado de no romperme la lámpara del salón con el taponazo) y trasieguen el contenido y las pastitas a su antojo. Y al salir cierren la puerta, que no quiero que entren los ladrones. Gracias.