Las Perseidas y las Cabrónidas

Las Perseidas, como casi todos sabemos, son esas estrellas fugaces que aparecen en nuestros cielos estivales, concretamente entre el 17 de julio y el 24 de agosto (hoy es el final de la sesión por este año). La Tierra, en su órbita alrededor del Sol, atraviesa una zona con restos de “cosas” y estas, al penetrar en la atmósfera terrestre, se incendian y nos procuran ese espectáculo luminoso nocturno, a modo de fuegos artificiales silenciosos y gratuitos. 

—¡Profesor, profesor! —pregunta alguien desde la última fila, agitando su mano vigorosamente— ¿y por qué se las llama Perseidas? 

—Pues porque parecen proceder de la constelación de Perseo, debido a la perspectiva— contesta el profe con cierto aire de suficiencia, Y continúa, saliéndose del tema —en Perseo está Algol, una de las estrellas dobles más interesantes de nuestros cielos visibles, pero eso ya viene en otra lección. 

Las Cabrónidas son otra cosa. Yo las conocí hace no mucho tiempo. Aunque su nombre recuerda al de las lluvias de meteoros (como las Perseidas, por ejemplo), se parecen poco a ellas. Pero también son fogonazos, que no aparecen en nuestros cielos sino en nuestra caterva de aparatos con pantalla. Pantalla que iluminan. Son anárquicas, ácratas, rebeldes, irreverentes, insumisas, impredecibles, irónicas y siempre arrancan una sonrisa en mis labios y una reflexión en mi neurona por deteriorada que esté. No son silenciosas como las Perseidas, sino que vienen acompañadas de un sonido —algunos lo llaman ruido y lo ponen en OFF, ventajas de la cibernética— de guitarras aceleradas y voces guturales surgidas desde lo más profundo de la epiglotis. Me gustan las Cabrónidas, definitivamente. 

Las Perseidas están reguladas, volverán el año que viene, fieles a su cita, dóciles. Las Cabrónidas espero que sigan apareciendo a lo largo de todo el año, al ritmo y frecuencia que decidan, son muy suyas. Pero que aparezcan, pordiós.