Gorrión con patatas

 

Hace unos días fui con Ana a la terraza de un kiosco situado en el Parque de los Desaparecidos, el más grande de los parques de nuestra ciudad. Queríamos hacer las paces después de una agria discusión que habíamos mantenido sobre las diferencias entre los tragéfalos y los endriagos. El lugar era propicio para la reconciliación: la orilla de un lago, la umbría proporcionada por unos castaños de indias, la ausencia de niños jugando a la pelotita… 

Una vez instalados en las incómodas sillas de la terraza, llamamos al camarero. Vino raudo (había poca gente) ¿qué les sirvo?. Ana pidió un mosto ―¡qué manía la de esta mujer con los mostos!― y yo un gintonic y unas patatas fritas, que preparan muy bien allí. 

Valeriano ―así se llamaba el camarero, lo supimos porque alguien le gritó desde tres mesas más allá: ¡Valeriano, qué pasa con mi cerveza!―, Valeriano, decía, volvió al poco rato con las bebidas y un “cuidado, que queman” al dejar el plato de las patatas sobre la mesa. 

Cuando Ana agarró su copa de mosto ―¡¿por qué, Ana, por qué siempre pides un mosto?!― y la acercó a sus labios, una bandada de pajarillos ―invisibles hasta ese momento― se precipitó desde la frondosidad del arbolado próximo, en vuelo directo hacia el suelo de los alrededores de nuestra mesa. Nos miraban expectantes, mientras daban saltitos nerviosos. “Son gorriones”, dije con suficiencia, para mostrar a Ana mi conocimiento del mundo pajaril. Los conté: treintaicinco, entre machos y hembras adultos, y juveniles (este censo no se lo comenté a Ana, pues me pareció que pasaba de mis conocimientos ornitológicos) 

Todo discurría bien. Ana sonreía, con esa sonrisa tan suya, y me hablaba con su inconfundible acento del sur. Yo la escuchaba mientras trasegaba, buchito a buchito, mi gintonic. En el suelo, los pajarillos, cada vez más inquietos, se apiñaban a nuestros pies. De pronto, tres de ellos saltaron sobre la mesa y se fueron aproximando a la ración de patatas. Intentamos espantarlos gritándoles “¡Ox, ox” (gran error, este es el grito que se emite para espantar gallinas, no gorriones) pero ellos, ignorando nuestros chillidos, se abalanzaron sobre las patatas y se llevaron en el pico cada uno la suya, volando como locos a zampárselas a cualquier rama de la arboleda. Luego subieron a la mesa otros cinco y repitieron la maniobra. Y luego otros diez, y así hasta los treintaicinco. En un plisplás el plato de patatas quedó vacío, sin que hubiéramos podido probar ninguna. Me molestó que los gorriones se marcharan sin pagar, y sin dar siquiera las gracias, la educación es lo primero. 

―Al meno han respetao tu gintoni― me dijo Ana, riéndose a carcajadas, con ese gracejo andalú que quita el sentío. 

Nos miramos con una sonrisa, y seguimos bebiendo, Ana mostos (¿por qué, Ana, por qué?), yo gintonics, charlando alegremente hasta que el sol se ocultó tras la montaña no tan lejana. El asunto de los tragéfalos y endriagos había quedado olvidado, que en el fondo era lo que pretendíamos.

Comentarios

  1. Ana María9/05/2022

    Diego, me parece que a esa Ana le debes gustar mucho porque volver a reconciliarse tras una discursión de ese calibre.. Además te la llevas a sentarla en una terraza en lugar de llevarla a ver el lago, mucho más romántico y donde podrías presumir mejor de tus conocimientos sobre pajaritos :)

    Un beso para ti ;)

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    1. Ana, ¿no serás tú la Ana del relato? Tendré que invitarte un día a una copa, a ver si pides un mosto 😀
      Beso.

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    2. Ana María9/07/2022

      Encantada de que me invites, no una sino muchas veces, pero no me convides a patatas fritas por si vienen unos gorriones hambrientos :D

      Y si finalmente no soy esa Ana pues al menos habremos pasado un rato agradable disfrutando de la compañía mutua :) Eso sí, aquí donde vivo no hay lago, que yo sepa, y la laguna más cercana creo que es la de El Portil, en mi tierra choquera :)

      Besos ;)

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    3. Pues te espero esta noche en El Portil. Pediremos de aperitivo una de camarones, que creo que a los gorriones no les gustan 🙂

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    4. Ana María9/12/2022

      Ay Diego, que no vi tu propuesta y se me pasó el día; con lo ricos que están los camarones y además bajo la luz de la Luna en la playa de El Portil.

      Besos para ti ;)

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  2. jaa! Muy genial tu dibujo, ¡Qué gorrión más atrevido!
    Luego de desasnarme sobre el significado de mosto, y ya sabiendo entonces lo que pidió Ana opino que yo hubiera pedido un "tinto"-¿Cómo lo llaman en España?- me gusta más que el mosto o el gintonic para acompañar las papas fritas.
    Bueno, ya no importa que se hayan quedado sin las papas pues el cometido del paseo era otro y fue logrado.
    ¡Muy bien Diego!
    Abrazo amigo, siempre es un placer pasar a visitarte ¡bonitas historias cuentas!

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    1. Hola, Lu. En España un tinto es una copa de vino tinto (procedente de uvas negras) En Argentina no recuerdo, pero si en Colombia pides un tinto te traen una taza de café solo. Los matices que hacen tan rica a nuestra lengua común.

      Levanto mi tinto a tu salud 🙂

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  3. Algunas parejas parecen funcionar así, en la disputa por el territorio, en intentar imponer sus opiniones, en demostrar algo... A mi me resultan agotadoras cuando, además, el asunto de los tragéfalos es algo tan obvio que no merece la pena ni opinar, ¿no?

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    1. Beauséant, por eso mismo de que los tragéfalos son algo tan obvio, me subleva y encocorota discutir con Ana sobre ellos. Pero me encocorota mucho más que siempre pida un mosto. Nuestra relación no tiene futuro..

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  4. Gran error, tendrías que haber pedido un extra para los pajaritos, es lo que hago cuando voy a ese lugar tan ''familiar'' que me encanta, pero no son patatas lo que venden, son gorditas, es increíble, si me pongo a analizar el sitio me digo, ''es absurdo que vaya allí'' y aún así, lo sigo haciendo y me encanta.
    Cuando había un desacuerdo con mi [ex]marido, que pensaba, ''ya basta de tanta tontería'', lo llevaba allí y todo quedaba en el olvido, obvio en el suyo.
    Vampiro, es lo que pediría, o alguna bebida con tequila como base.

    Beso, Diego y que tengas un hermoso fin de semana, con pajaritos incluidos

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    1. Tienes razón, MdN debería haber pedido una ración exclusiva para los gorrones gorriones. O citarme en otro lugar. Pero soy torpe y reincidente. Tras citarlas en aquella misma terraza, perdí sucesivamente a mi mujer, a la Marcela y ahora, a Ana. No tengo solución :'( La próxima vez iré solo, no pediré nada de aperitivo y como bebida, un Vampiro (a ver qué me trae el Valeriano :D)

      Feliz domingo, MdN. Espero que te arrulle el canto nostálgico de los papamoscas cerrojillos, de regreso a África en estas fechas (a mí me arrullan todos los días, y no se comen mi tortilla de patatas) Beso.

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  5. Me ha parecido un relato delicioso, Diego, como a los gorriones les debieron parecer esas patatas fritas... Y ya veo que en esa terraza lo pierdes todo..., pero te empeñas en ir porque en el fondo eres un romántico. La ilustración muy chula.

    Uy a mi me encantan los gorriones, he alimentado a una legión de ellos... Los gorriones se van perdiendo en las grandes ciudades y son sustituidos por las cotorras que se pongan los colores que se pongan no tiene su encanto.

    Un abrazo,

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    1. Tesa, cuando vengas a Madrid no te llevaré a tomar los verdejos a esa terraza. No te quiero perder :D Buscaré un sitio sin gorriones, aunque sea menos romántico.

      El día que las cotorras empiecen a robarnos los aperitivos y los gintonics, se acabarán las terrazas :)

      Abrazo.

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