Cuento de Navidad

 


Sucedió un día cercano a la navidad. O no; quizá sucedió otro día cualquiera. Yo viajaba en el suburbano desde no sé qué estación hasta no sé cuál otra, los orígenes y los destinos siempre son inciertos, se agazapan. Apoyada mi espalda en el lateral del vagón, de pie, no me gusta sentarme. Frente a mí, un negro —sí, un negro, me revienta que se los llame hipócritamente subsaharianos, son negros a mucha honra, no sé cómo soportaríamos los blancos que ellos nos llamasen suprasaharianos a nosotros— agarrado a la barra central del vagón: chándal azul muy usado, aspecto desaliñado, bolsa sucia de plástico al hombro, chanclas. Maliense, o senegalés, o nigeriano, qué más da; en cualquier caso –pensé– un sin papeles con los pies aún húmedos de mar, tristeza, nostalgia y esperanza. 

Yo cavilaba sobre mis cosas –en el metro cavilo mucho– cuando vi acercarse por el otro extremo del vagón otro hombre también desaliñado, también embutido en un chándal también azul y usado, también con una bolsa sucia de plástico al hombro. Solo que este era blanco y de mi tierra, su acento castellano lo pregonaba. En su mano derecha, un pocillo metálico que sacudía mientras caminaba hablando algo de parado, de sin trabajo, de un portal de belén, de solidaridad, de dos hijos que alimentar, de qué sé yo, a veces cierro los oídos para fingir que no oigo. Se aproximaba ante la indiferencia del resto de los viajeros del vagón; unos se embutían aún más en su smartphone, otros fingían leer el diario, alguno se echaba el móvil al oído para simular una charla inexistente, otros le daban descaradamente la espalda… cualquier excusa era buena para ignorarlo, para negar una ayuda al hombre, sin duda necesaria. 

El hombre llegó hasta donde yo estaba. No pudiéndome refugiar en periódico o móvil, opté por fijarme atentamente en el recorrido de la línea circular impreso sobre la puerta situada frente a mí, línea circular que me importa un comino y que nunca voy a tomar; un hacerme el sordo para tapar yo también mi conciencia ya bastante insonorizada. 

Y sucedió algo. El negro introduce su mano en uno de los bolsillos del desgastado chándal azul, rebusca en la profundidad casi vacía, extrae un par de monedas y las deposita con dignidad en el pocillo de mi paisano blanco. El sonido de las monedas en el metal resuena como punzadas en las miradas oblícuas y avergonzadas de los viajeros, que pronto vuelven a sus quehaceres; son esas circunstancias que te remueven las tripas y la conciencia unos instantes y luego olvidas. 

Llego a mi estación de destino, salgo al andén. A mi espalda suena un crujir de puertas que se cierran, un estremecimiento de metal, el rozamiento de las ruedas sobre los raíles al alejarse, el silencio. Delante, el corto pasillo y más allá, el chirrido monocorde de la escalera mecánica que me vomitará –o me defecará– en unos minutos sobre la acera inundada de lucecitas, belenes y villancicos hipócritas.

(Foto: una estación del metro de Madrid)

Este relato lo publiqué hace años en mi otro Blog, La cueva de Mayrena. Poco ha cambiado la situación desde entonces.

Comentarios

  1. Nada fuera de lo cotidiano, Diego, pero expresado de una forma que te sacude. En lo personal, siempre intento compartir lo más que puedo, aunque tengo claro que no es suficiente.

    ¿Qué es un pocillo?
    ''qué más da; en cualquier caso –pensé– un sin papeles con los pies aún húmedos de mar, tristeza, nostalgia y esperanza.''
    Muy profundo, mi querido, Diego

    No es que me apasionen estas fechas, no entiendo mucho a algunas personas, es como si les activaran el botón de encendido y les dibujaran una sonrisa en el rostro, luego, solo la guardan para el año siguiente, no sé.

    Todo lo mejor para ti y los tuyos, Diego, muchos besos

    No pude evitar recordar algo que sucedió recientemente.
    Estaba en el auto, esperando que la niña regresara, un par de minutos después se acercó un hombre, grande, fuerte, muy fuerte, empezó a hablarme, no lo escuchaba y bajé un poco la ventanilla, solo un poco y lo escuché atenta. Dijo ser de los departamentos Manhattan,  intenté no mostrar expresión o miedo y seguí escuchando, habló del deseo de un viaje y su falta de recursos, me faltan $400, me dijo, si quiere apoyarme con lo que pueda. Acababa de desayunar con la niña y había pagado con efectivo, (allí no aceptan tarjetas ni transferencia), permítame, le dije, busqué, pero no monedas, quería ofrecerle lo más posible y solo conseguí $200, se losentregué, se alegró, gracias, madre, dios me la bendiga me dijo, vaya con cuidado, le dije, pero sí estaba nerviosa de saber de dónde era, luego, después de un rato lo vi acercarse a un señor y supongo le dijo lo mismo que a mí, el hombre se negó y llegó otro por detrás, algo le dijo y éste, sacó su cartera y le dio dinero, el segundo hombre se vino hacía mí y el otro, el que habló conmigo lo detuvo, a ella no la molestes, dijo, es una buena persona, lo empujó hacia otro lado y volteó conmigo, inclinó la cabeza, yo la cuido, madrecita y se fue, gracias, respondí
    Sí,  estaba nerviosa, no sé si actué mal pero si que lo volvería a ayudar, si volviera a encontrármelo, no sé si por temor o por apoyo. Lo que sí, cuando llegó la niña nos fuimos de ahí lo más rápido que pudimos.
    (Los departamentos Manhattan son un nido de asesinos, secuestradores, estafadores y vendedores de droga)

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    1. Al escribir pocillo me refería a una taza pequeña de aluminio que se utiliza normalmente para tomar café. Aunque me temo que la RAEL no le da ese significado :)

      Curiosa la historia que cuentas. La que yo relato aquí está basada en un hecho cierto, que yo presencié (aunque siempre hay que echarle un poco de fantasía al relato :) Un emigrante, seguramente ilegal, socorriendo a un compatriota mío. El emigrante no pensó si el otro era un "falso pobre", si abusaba de la pretendida generosidad de estos días de "paz y amor". Simplemente se rascó el bolsillo y le dio algo que él necesitaba más que el otro. Chapeau par él.

      MdeN, todo (o casi todo) lo mejor para ti en este año que se va sin dejar mucho rastro. Y un beso, claro.

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  2. Bien contado, Diego, tal cual es. Así somos, vivimos en un mundo hipócrita, pero no me hagas caso, ¿de verdad lo somos?
    Hace ya mucho tiempo, un político en el que yo creía (seguramente el último) le escuché decir: "No es tu conciencia la que debe ayudar al necesitado, no, es el estado o la administración municipal la que debe ayudar a toda esa gente que anda pidiendo por las calles, o en las misas, o en los despachos, una vida digna. Debe escucharlos y seleccionar de entre ellos a los que son necesitados de los que son "aprovechados", no nos pueden echar los políticos la culpa de los males del mundo y por tanto que ayudemos a quien lo necesita, no, son los servicios sociales los que debieran actuar ...".
    No te aburro más, no cargues en tu conciencia lo que debe hacer la administración.
    Con todo, feliz navidad, Diego.

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    1. Hola, Enrique :) ¿Cuántos somos en este país los que ya no creemos en ningún político, sea del color que sea? Son un lastre que hay que arrastrar si queremos que esto siga hacia adelante. Y, a trancas y barrancas, ahí vamos, a su pesar :) Y sí, se les llena la boca de decir que los servicios sociales son los que se deberían ocuparse de estas cuestiones, como si los servicios sociales no dependieran de esos mismos politiquillos de pacotilla. En fin, estos no son días para cabrearse. Deseémosnos (vaya palabro!) un año 2023 que nos lleve con felicidad hasta su 31 de diciambre.
      Un abrazo, Enrique.

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  3. Siempre son los actos los que dicen cómo somos y no otra cosa.

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    1. No sé, Cabro... Siempre hay quienes no actúan por timidez y quienes sobreactúan por petulancia.

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    2. Yo, soy de la opinión de Cabrónidas: los actos son de nosotros mismos, las palabras vuelan y desaparecen al cabo de nada.
      Pero con palabras te digo :))
      ¡¡¡Pásalo bien en las fiestas!!! :)))

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    3. Fram, yo también te digo con palabras que no vuelan y que quedarán aquí grabadas mientras no desaparezca Blogger: ¡¡Feliz año 2023!! . Y peca todo lo que puedas en estas fiestas :D

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    1. Mario, acabo de visitar tu blog ¿Por qué no dejas de insultar en él a tanta gente, entre ellos a mí mismo? Serías más feliz.

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    2. Yo no insulto escribo como ud lo hace, pinto las cosas como son Lo sigo de cerca cuídese con lo que hace

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  5. Diego, estoy con escaso tiempo (tengo visitas en casa) pero no quiero dejar de pasar a saludarte y decirte que el relato me ha gustado mucho.
    Dado mi breve momento, solo diré
    ¡Las apariencias engañan!

    Fuerte abrazo y ¡felicidades!
    Si miramos nuestro pequeño mundo, y nos rodeamos de nuestros afectos, seguro que podríamos lograr esos breves felices instantes.

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    1. En tu caso, Lushuaia, las apariencias no engañan. La imagen que tengo de ti creo que se corresponde con la realidad que eres :)
      Felices fiestas!!!

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  6. Que el diablo me pille confesado, pero con la cantidad de extranjeros uno debe salir con un saco de monedas, algunos tienen necesidad, a otros los veo bien sanitos para trabajar, pero prefieren mendigar a que despertar temprano y obedecer órdenes de un jefe.
    Hay de todo en la viña del señor...
    Asi que no nos rompamos los dientes o tiremos la primera piedra, hay de todo...
    Feliz Navidad.
    Y con respecto a la o al innombrable insiste que soy tu.
    Ya no se si mañana despertaré en otro país...
    Pobre gente no vive y no deja vivir repletando con spam...
    Saludos

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    1. Pues sí, Carlos. La innombrable sigue con su diegofobia, últimamente me (nos) ataca desde todos los flancos. Con las misma munición, ya tan conocida que hace reír :) Invoquemos a Job.

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    1. Anónimo12/27/2022

      No, no eres feliz, vieja triste. Solo vives obsesionada con este hombre.

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    2. Tienes razón, Anónimo... Diegofobia en estado puro.
      ¡Qué más quisiera ella que la escribiera! :D
      Pero me gustaría que dijeras quién eres, esta mujer me adjudica toooodos los anónimos que le escriben (excepto los que dicen que escribe muy bien y es muy atractiva)
      En fin, seguiremos aguantando el chaparrón :)

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    3. si fuera Diegofobia te evitaría y olvidaría, más bien diría acá veo un caso de Diegofilia, te ve en todos lados y te adjudica todos los textos a su persona, invierte tiempo en escribirte y no pierde el contacto.
      Es claro que vemos un cuadro de filia, como dicen las abuelitas del odio al amor hay un solo paso, o era al revés???
      Tenga cuidado que esta a punto de pasar a obsesión por parte de la señora, si ya no esta en ese estado.
      jajajaja
      saludos!!!

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    4. Recomenzar12/27/2022

      NO ME ESCRIBAS MAS> TE MANDO UN ABRAZO INMENSO
      GRACIAS SOY FELIZ VIEJITO DEJA DE JODERME
      (este es el mensaje que publicó y luego ha eliminado Recomenzar)

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    5. Anónimo12/27/2022

      Está triste y apagada porque no obtiene lo que busca: reacción a las barbaridades que autopublica en su blog, ya sea como comentarios (que son suyos y los hace pasar por ajenos), ya sea en su otro blog en el que firma como Mario. Un tiempo más sin reaccionar a esos textos incalificables y se diluirá sola como un azucarillo en el ciberespacio.

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  9. We must leave behind what has hurt us
    We must return to love what I love
    we have to flower
    The shit outside while you have it for the son of a pure good

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  10. Un cuento que pone un nudo en la garganta, Diego.

    Me ha recordado una historia real.

    Una vez una chica le dió a una persona que pedía al lado de un Supermercado una lata de comida para perro, porque al pasar en vez de fijarse en el hombre se fijó en el ánimal que estaba a su lado.
    Cuando le dio la lata al hombre el dijo.
    -No como comida de perro
    Ella le dice contrariada y en un tono despectivo, es que no es para ti, es para tu perro...
    -Lo siento señorita, pero no tengo perro...
    Y ¿sabes como reaccionó la chica? Diego. Se echó a reír y se fue con la lata en la mano a encontrar, imagino, otro pobre que sí tuviera perro. Porque ella amaba a los animales sólo...no esos tipos que piden y vete a saber en qué se lo gastan.

    Esto, y lo que ocurre en tu cuento nos pone en evidencia como seres humanos. Y también que en vez de comentar tu cuento algunas personas sigan empecinadas en mirarse su ombligo con ira, arrogancia y sin una pizca de empatía ni generosidad.

    Reconozco que soy de las que doy a casi todo el mundo... Sin juzgarlos ni decirles qué pueden o deben hacer con el mísero euro que les dejo caer en su cacillo.

    Un abrazo grande.

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    1. Hola, Tesa. Increíble la historia que cuentas... Y una buena lección de dignidad, como la de la historia que cuento, también real.

      Yo antes daba a casi todo el mundo que me pedía. Ahora no, hay muvha picaresca y solo les ofrezco algo a los que me parece que realmente lo necesitan.

      Ira, arrogancia, no empatía, no generosidad. En fin, dejémoslos, a lo mejor son felices así :))

      Un abrazazo, Tesa.

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