Fedlimino, el lectoradicto

Creo que ocurrió un viernes 9 de agosto, por la tarde. 

Desde muy pequeño, Fedlimino fue un amante de la lectura. A los tres años ya sabía leer y, mientras el bus lo llevaba al colegio, iba leyendo los nombres de las calles, de las tiendas, las señales de tráfico, las marcas y matrículas de los coches… A los cinco había leído las obras completas de Salgari, Julio Verne, Dumas, Mark Twain, Stevenson y Gloria Fuertes. Su afición, en lugar de decrecer o estabilizarse, fue aumentando conforme pasaban los años. Compraba libros y libros, y no había llegado al final de cualquiera de ellos cuando iniciaba la lectura del siguiente. Leía por la calle, leía en los bares, leía en el metro, leía, leía. 

No se casó, su adicción era incompatible con cualquiera de las obligaciones del matrimonio, fornicio incluido, y tuvo que cambiar varias veces de domicilios, pues siempre acababa saturándolos de libros, que invadían pasillos, habitaciones, cuartos de baño y terrazas (“¡Huele a libro!”, decían los vecinos indignados, señalando la puerta de su casa mientras se tapaban las narices). 

Y llegó aquel 9 de agosto, viernes por la tarde. Fedlimino tropezó en el pasillo de su casa con la novela 2.666, de Roberto Bolaño (un tocho de más de mil páginas), perdió el equilibrio y se pegó un piñazo contra el ordenador, que andaba por allí navegando sobre el mar de libros. Una herida en la frente, y algo de sangre. Nada importante, pero Fedlimino, que era aprensivo, se asustó, salió de su casa y se dirigió apresuradamente a la clínica más próxima. 

La clínica tenía cuatro plantas y lo dirigieron a la cuarta, donde estaba el área de Traumatología. El salón de espera estaba abarrotado de pacientes. Encontró un hueco perdido junto a una mujer joven con una pierna escayolada, se acomodó allí como pudo y se dispuso a ocupar el tiempo muerto leyendo, hasta que aparecieran sus iniciales (DSA 0131) en la pantallita situada frente a él. Buscó su novela en los bolsillos de la chaqueta, en el bolso de mano, pero… ¡horror!, comprobó que con las prisas se había olvidado de cogerla. Le entró un sudor frío y un tembleque que intentó disimular para que no lo notara el resto de pacientes. 

Pasaban minutos y minutos, una hora, y su nombre no aparecía en la pantalla. Su ansiedad iba creciendo de forma insoportable. Para calmarla decidió leer cualquier cartel o rótulo que estuviera al alcance de su vista. “Son minidosis de lectura”, pensaba. Leyó cada cambio de pantalla, leyó los mensajes que habían escrito en la escayola los amigos de su vecina, leyó la chapa de su reloj de pulsera, leyó la marca y el número de sus zapatillas, leyó las patillas de sus gafas de sol, leyó los tatoos de una paciente que se sentaba a su izquierda… pero el ansiado DSA 0131 no aparecía en pantalla. Desesperado y en pleno síndrome de abstinencia, se levantó y acudió al cuarto de baño. Allí leyó los “roca” de los sanitarios, el cilindro interior del rollo de papel higiénico, la etiqueta del bote del jabón de manos, el “fac” del pestillo de la puerta, la etiqueta de tela de sus calzoncillos… Más relajado, salió y volvió a sentarse en el salón, después de comprobar que su nombre no había aparecido aún en la pantalla.

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Cuando despertó vio que era noche cerrada. No quedaba nadie en el salón, las luces estaban apagadas, excepto las de emergencia, y en la pantalla aparecía, guiñando insistente, intermitentemente, el cartel “DSA 0131. Sala 2”. Se lanzó como un poseso a la sala 2 pero estaba cerrada con llave. Y ya no supo qué hacer en su desesperación. Entró en el ascensor para dirigirse a la salida y en su descenso fue leyendo con ansiedad lo que él pensaba que eran las últimas lecturas de su vida: cada botón de las plantas, un cartel con las especialidades de cada planta, la marca del ascensor, el número máximo de kilos u ocupantes que admitía…  Al llegar a la planta baja, intentó salir a la calle, pero la puerta estaba cerrada. La zarandeó violentamente, pero no consiguió abrirla.

El lunes por la mañana, cuando un celador abrió las puertas de la clínica, encontró a Fedlimino tumbado y encogido en el suelo, junto al mostrador de entrada. Corrió hacia él y vio un hilillo que salía de su boca y una sonrisa siniestra de sus labios. Frente a sus ojos inanimados, sostenía la etiqueta que había arrancado violentamente de su camiseta. Esta etiqueta, su último recurso, había salvado su vida. 

Hoy Fedlimino está curado e incorporado plenamente a esta mierda de sociedad que estamos creando. Desde la clínica lo llevaron a un hospital de desintoxicación en el que había varias salas con cómodos butacones y pantallas de televisión vomitando telebasura a todas horas. Podía elegir libremente cualquier canal, sin restricciones. Le dejaban leer cada día unas páginas del único libro que había en el hospital, y, a modo de desintoxicación progresiva, le reducían la dosis de páginas diarias a leer. El tratamiento fue eficaz. Cuando la dosis era de sólo dos páginas, Fedlimino renunció a su lectura, manifestando que leerlas le quitaba tiempo para ver la telebasura. Entonces le abrieron las puertas del hospital y lo abandonó atravesando un pasillo de sanadores que aplaudían con frenesí.


Comentarios

  1. Tenemos que rescatar a Fedlimino como sea y sanarlo. Ahora el resto de ciudadanos lo consideran un igual, y eso es horrible.

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    1. Va a ser difícil, Cabro. Me han dicho que ahora se llama Manolo, que se ha afeitado la barba y se ha cortado las melenas, ahora anda pelado al estilo mulet :)

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  2. Una sátira de altura, magnifico texto, Diego, magnífico.
    Fuerte abrazo.

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  3. Una historia triste, pero al menos ha tenido un final feliz ;)

    Muy buena

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    1. Sí, Beauséant, Fedlimino es ahora feliz, se ha convertido en una coordenada más.

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  4. Se lee cada cosa, que a lo mejor es más conveniente optar por las telenovelas turcas.
    Aunque pensándolo bien, mejor es pecar por exceso que por defecto.
    Magnífico relato.
    Un abrazo.

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    1. Seguro que ahora Fedlimino está puestísimo en telenovelas turcas :)
      Un abrazo, Juan.

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  5. En mi casa Fedminio hubiese sido feliz... vivo en paredes donde el libro puede expresarse a sus anchas.
    Ojalá "Mucha" gente leyera, en vez de intoxicarse e intoxicar las pantallas... ahí lo dejo.
    Abrazo, Diego.

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    1. En mi casa no queda espacio para librerías ni para libros, Zarza. Hace años me pasé al formato digital, llevas una librería completa en formato 20x15x 0,5 cm :)
      "Mucha" gente presume de no leer y también de ser escritores. No hay más que leerlos para darse cuenta de que ambas cosas son incompatibles... ahí lo recojo :)
      Un abrazo, Zarza.

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  6. FEd- LIMINO ... corrijo. En el nombre ya estaba todo dicho... :)

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    1. El nombre del individuo no es casual, Zarza. Para situar la historia, busqué en los "gugles" si existía algún "día mundial de la lectura" o algo así. Y encontré el "día mundial de los amantes de los libros", el 9 de agosto. Luego miré el santoral de esa fecha 9 de agosto. Y, entre otros santos y santones, estaba San Fedlimino. No me cupo duda, el protagonista del relato solo se podía llamar Fedlimino :)

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  7. Me identifico con Fedlimino y sus problemas. Pero yo al salir de la clínica volvería al vicio. Que me quiten los pulmones pero la literatura no.

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    1. Sergio, te pasa lo que a mí: somos dos viciosos irrecuperables :)

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  8. ¡Vaya adicción la de Fedlimino! Creo que los extremos nunca son buenos y por eso me da penita lo que le ha pasado al "devorador de letras".
    Aun así, entiendo lo que quieres transmitir con esta ingeniosa historia.
    Tal vez, el hombrecillo en cuestión, simuló haberse curado para que lo dejen salir y ahora, además de consumir telebasura públicamente, sigue leyendo a escondidas para no volver a pasar por ese encierro.
    En lo personal, no soy fanática de la lectura. Pero...amo entrar a las librerías, pasarme allí un buen rato y cuando salgo, irremediablemente, lo hago con unos cuantos libros que me atrapan. Luego, empiezo el tiempo de lectura diaria hasta que acabo con ellos y se repite el tiempo de no lectura.
    Es cíclico en mi vida lo cual me tranquiliza pues, luego de leer tu historia, al menos sé que no me pasará lo que a Fedlimino
    ¡Que tengas un bello finde de lecturas!
    Abrazo

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    1. Es imposible vivir en Argentina y no entrar a "husmear" en cualquiera de sus mil librerías, Lu. Y si además sales con unos cuantos libros, como dices, mejor que mejor. Pero ten cuidado, Fedlimino empezó así y mira cómo acabó, ya odia hasta la sopa de letras :))
      Este finde lo he pasado en casa, tengo un molesto esguince en un tobillo y es mejor no menearlo durante unos días. Así que ya puedes suponer lo que he hecho: leer, leer, leer :)
      Un abrazo, Lu.

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