La tórtola

Hablaba hace unos días de la salamanquesa que me visita cada noche en mi terraza. No es mi única visitante, una tórtola turca venía también a diario este verano, a la hora del almuerzo. Aparecía volando en cuanto me veía salir a la terraza, bandeja en mano. Se posaba en la barandilla, miraba qué había para comer, saltaba al suelo, se paseaba frente a mí caminando coqueta en un pendular “me alejo me acerco”, sin miedo. Al principio pensé que venía atraída por mis encantos personales, pero pronto me di cuenta de que no. 

Empecé echando al suelo migas de pan, que comía sin gran entusiasmo. Al cabo de unos días despreciaba mi pan, pero seguía acudiendo, puntual. El 21 de agosto, día de San Euprepio, le ofrecí una galleta desmigada, que engulló con auténtica ansia. A partir de entonces, cada vez me exigía más y más: maní, nueces, arroz, patatas fritas... Acabó subiéndose a mi mesa, me robaba los garbanzos, las salchichas, los michirones, los paparajotes… Un día se presentó con su novio, un tórtolo de aspecto amenazante y áspero, de movimientos y aleteos bruscos, hambriento como un lobo. Yo empecé a asustarme, llegó un momento en que sólo cocinaba para ellos. 

Harto, tomé una decisión: no volví a comer en la terraza. Lo hacía sentado en la cocina, junto a la ventana cerrada. La pareja seguía acudiendo a diario. Al principio me buscaban en la terraza, deambulando por el suelo, inquietos, hasta que me descubrieron a través de los cristales. Entonces su actitud se volvió muy agresiva: se lanzaban contra la ventana, con miradas furibundas, emitían agrios y sonoros cucurrucucús —sin duda, eran insultos en el idioma tortolil—, daban furiosos picotazos al cristal, se cagaban a mala uva en las baldosas… Me recordaban a los cuervos de Hitchcock. 

Este otoño han desaparecido, afortunadamente, no sé si rumbo a Niamey o Nouakchott. Pero ya no he vuelto a comer en la terraza, en parte porque temo que regresen, y en parte porque ya empieza a hacer un frío de cojones fuera. 

(Foto: mi tórtola, cuando aún era dócil y cariñosa)

Comentarios

  1. Dan miedo. Aquí no se van ni a escobazos, y excrementan por todas partes. Entre estas ratas del aire, las terrestres, y las chinches, creo que para Navidad ya sólo nos quedará la llegada de la peste en los Pariles... al tiempo.
    Abrazo, diego.

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    1. Bueno, las verdaderas culpables de esas kgadas que invaden nuestras ciudades, aceras y coches son las palomas torcaces, que se han hecho urbanas "gracias" a que hemos llenado nuestras calles de robinias y falsas acacias.
      Y las chinches empiezan a traspasar los Pirineos, cagoentó.
      Un abrazazo, Zarza.

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  2. El frío tenía que traer algo bueno, Diego, por fin.
    Por cierto, tus relaciones conversacionales con estos animalitos, una delicia.
    Un abrazo de domingo

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    1. Sí, Enrique, en el caso de las torcaces es evidente que las desplaza mucho más al sur. Supongo que por allí estarán ahora soportando su guarrería :).
      Abrazo, amigo Enrique.

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  3. Yo tengo dos pajarracos, macho y hembra, que vienen a mi espacio virtual a molestarme. No les hago caso, me quedo callado y no les publico los graznidos. Así callado hago como tú al no salir a la terraza. Se suelen ir pero más tarde o más temprano regresan. El palomo es cojo y grazna mucha fealdad. Ella solo es fea. No vienen por hambre. Sólo por aburrimiento, creo. Pero vamos, que al ser virtual lo mío, molesta bastante menos.
    Te irá mejor leyendo que comiendo en la terraza. A los pajarracos nunca, nunca hay que darles de comer. Ni a los reales ni a los de mentira como los míos.

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    1. Sergio, esa pareja de pajarracos virtuales que te visitan creo que son los mismos que me visitan a mí. Chocan contra la pantalla del ordenador y a veces la traspasan. Graznan un rato, insultan y luego se marchan. Y al cabo de unos días reinciden, qué cansinos son... Son bastante inofensivos, pero bastante tocapelotas también. Te haré caso, si regresan no les daré de comer :)

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  4. Así empieza todo, con un buena intención, y acaba convertida en obligación. No hagas nunca buenas obras, nunca.

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    1. Te he hecho caso, Beauséant. Acabo de suprimir los diezmos y primicias que enviaba religiosamente a la S. I. apostólica y R.

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  5. Como tengan buena memoria, volverán a tu encuentro tan pronto las temperaturas sean propicias.:)

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    1. Lo sé Cabro. Y aprovecharé para irme a Nouakchott o Abidjan :)

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  6. Juan L. Trujillo10/23/2023

    Es lo que tienen esos pajarracos, que si no les dan lo que quieren, se hacen peligrosos.
    Un abrazo.

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    1. Ya lo dice el refrán: "cría cuervos y te sacarán los ojos, o los cuernos, o algo así"
      Un abrazo, Juan.

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  7. Tal vez sólo se han ido porque no les gusta el frío.
    Y, atando cabos, me parece que no solo en eso se parecen -que huyen del frío digo- sino también en que a esa parejita les gusta comer tanto como a vos.
    Si regresan lo harán juntos de nuevo pues sin dudas son un "par de tortolitos".
    Espero que el verano próximo puedan entenderse mejor contigo. :):)
    Abrazo
    ¡Buena semana Diego!

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    1. Lu, lo que no entiendo es que les guste lo que yo cocino, porque soy un pésimo cocinero. Pero... a saber qué es lo que les dan de comer por ahí :)
      Regresarán, siempre lo hacen. Los dos, o uno solo, o tres. Y el frío no les gusta, seguro. Por eso nunca los tendrás en tu bonito jardín, eso que sales ganando :)
      Abrazo calentito. Lu :)

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  8. Estoy pensando que tu tórtola se parece muchísimo a ciertas personas que después de un tiempo de conocerlas y que se presentaban o aparentaban ser humildes y sencillas, terminan por ser lo que en verdad son: insufribles y ególatras, pero sabes, prefiero a las aves, por último, las pobres intentan subsistir.
    Abrazos querido Diego, como opina Enrique, tus conversaciones con los animalitos, una delicia.

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    1. Tatiana, todos conocemos algún personaje como el que describes. Yo también me quedo con las aves :) Hablar con los animalitos siempre es positivo. Y ellos también hablan con nosotros, lo malo es que nosotros no los escuchamos...
      Un abrazo, Tatiana.

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