Coleccionista

Hola, permítanme que me presente: me llamo Dalmacio Ovis Capto. Quizás este nombre, lanzado así, de sopetón, no les suene de nada. Soy, sin falsa modestia, el más importante coleccionista mundial de icneumónidos. He recolectado icneumónidos en medio mundo, desde Anchorage hasta Ushuaia, desde Mageroya hasta el cabo Hafun. Miles y miles. Parece una actividad aburrida, pero si se la analiza con detenimiento, calma y mesura, efectivamente lo es. Aburrida e inútil. 

—¿Y usted qué sabe hacer? —me preguntan cuando acudo a cualquier oficina de empleo. 

—Nada —contesto con seguridad—, pero tengo una colección de icneumónidos que te cagas. 

Y amablemente me dicen que me avisarán si hay algo que se adecúe a mi experiencia. Jamás me han llamado. 

Así que he decidido acudir a este medio, de tan amplia difusión, para ver si alguien me puede proporcionar un empleo (bien retribuido, claro, yo no me vendo por cuatro perras gordas), un empleo, decía, acorde con mi actividad. 

De momento me he establecido en Madrid, en el semáforo que hay en el cruce de las calles Goya y Velázquez —a tiempo parcial, alternando mi puesto de trabajo con un falso cojo y un titiritero—, donde sobrevivo enseñando una muestra de mi colección a los automovilistas detenidos por la luz roja. 

No les pido a los indefensos y asustados conductores que me den unas perrillas —son bienvenidas si me las dan—, me conformo con que echen una miradita hacia mis icneumónidos, que mi esfuerzo me ha costado conseguirlos. 

En la mencionada esquina me pueden encontrar, si lo desean, entre las 16h y las 16h30. Ya sé que es un horario escueto de trabajo, pero ocurre que me canso enseguida de trabajar. Y como regalo, a cada conductor que me dé cinco pavos le canto gratis unas pardicas (sólo hasta fin de mes)