El nuevo año deconstruido

Ahora está de moda, entre los grandes restauradores con varias estrellas michelín, preparar platos “deconstruidos”; es decir, presentarlos con sus ingredientes por separado, no formando un todo. Un ejemplo clásico es la “tortilla de patatas deconstruida”, en la que te cobran un pastón por ofrecerte —cada ingrediente por su lado— las patatas, el huevo y la cebolla más o menos condimentados, para que tú los lleves a tu paladar a tu antojo y captes, al degustarlos, “la paleta de sabores, la armonía de olores y sensaciones retronasales” que ofrecen. A mí me parece una horterada, pero allá cada cual con sus gustos. 

Siguiendo su ejemplo, yo —que en el fondo también soy un hortera— voy a proceder a presentar aquí "el año 2024 deconstruido”. Y, para realizar la deconstrucción, voy a utilizar la matemática, un dios en el que sí creo. 

En principio, el número 2024 tiene buena presencia: es un número par, formado por números pares. Y pares bajitos, que son los más estéticos. Es bello. En este aspecto ha ganado con respecto a su antecesor, el 2023, que era más desigual, más “torcido”, más “`picudo”. 

Pero la belleza del número en sí queda eclipsada si la comparamos con su descomposición —deconstrucción diríamos en términos gastronómicos— en número primos:

2³ x 11 x 23 

La armonía de esta fórmula es evidente. Sólo hay tres números primos, el 2, el 11 y el 23, todos ellos “bajos”, y formados por los dígitos 1, 2 y 3, también “bajos”. (Según mi "Teoría Universal de los Dígitos", los dígitos bajos son más estéticos que los altos, tipo 7, 8 o 9). Incluso la potencia del 2 es 3, otro dígito bajo, para redundar más en la belleza de la fórmula. 

Procedamos ahora a descomponer el número 2024 en su representación binaria. En este caso obtenemos: 

 11111101000 

No me digáis que esta fórmula no es un bellezón. Un desfile ordenado de seis “unos”, contrastados con un “cero” a continuación, seguido de otro “uno” relajante rematado con una serie ininterrumpida de tres “ceros”. Una sucesión de signos con los que Prokofiev, traduciéndolos en su pentagrama a allegros y adagios, podría componer una bellísima sinfonía. 

En resumen, el año se presenta "guapo", matemáticamente hablando. Y, además, nos regala un día para que dispongamos de él como más nos apetezca. 

Y ya está. Otro día hablaré del año 2024 astronómico, que también merece ser deconstruido en este rincón. Ahora dejo las matemáticas y me voy al bar de la esquina a trasegar un bocata de calamares —sin deconstruir, por supuesto— que no solo de formulajos se alimentan los aficionados a los números. 

¡Os deseo a todos un muy feliz año 11111101000!