El artilugio

Mi jardín es visitado por numerosas aves. Buscan semillas de gramíneas, algún fruto, escaramujos o bayas, insectillos escondidos entre las hojas o en el suelo o volando… Yo las observo, prismáticos en mano, procurando que no me vean (los pajarillos también han aprendido a temer al hombre, como todo bicho viviente, ¿por qué será?) 

Mi lista este verano es amplia: ruiseñores, trepadores azules, mitos, agateadores, papamoscas grises y collarinos, petirrojos, picos picapinos, herrerillos comunes y capuchinos, carboneros, gorriones, rabilargos, mosquiteros, torcazas, urracas, etc. 

Con objeto de facilitarles algo de comida he construido un artilugio con un cacho de tablero de partículas y cuatro cuerdas. Una especie de bandeja que he colgado de la vieja catalpa, procurando que no la alcancen los ratones ni las hormigas. He echado unas semillas, y a esperar… 

Han tardado en aparecer. Los primeros días las semillas amanecían intactas. Pero al final aparecieron los pajarillos. Bueno, de momento sólo unos carboneros comunes. Su técnica es siempre la misma:

Primero se posan en una rama próxima del arbolillo, como disimulando.
Miran para uno y otro lado, desconfiados… y saltan al artilugio.
Cogen una semilla (pipa de girasol en este caso) y salen disparados 
a comérsela en otro lugar, mientras un coleguilla espera su turno. 

Por arriba veo volar buitres, milanos reales, algún águila calzada… Sería precioso que descendieran a probar mi aperitivo, pero no creo. Igual cambio de alimento en el artilugio y coloco muslitos de pollo, costillas de cerdo, pechugas de pavo, a ver si así…

(Las fotos están sacadas con el móvil, no creo que me las publiquen en el National Geographic)

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